domingo, 26 de septiembre de 2021

Como un roble.

Mucho podría escribir sobre todos los sentimientos encontrados que se apoderaron de mi alma aquel jueves 26 de agosto por la mañana. Mucho podría escribir de cómo se forma un gran vacío en el corazón cuando un ser querido se va. Sin embargo, la mejor forma de honrar a alguien que partió hacia un camino a la eternidad es llevando sus mejores recuerdos y practicando sus buenas enseñanzas.

¿Y cómo recordar al papá Evaristo? ¿Cómo llevarlo en el corazón?
Como un hombre indomable ante las adversidades. Como un hombre que siempre se mantuvo de pie, pese a los achaques de la edad. Como un roble. Como un roble a sus 96 años. Como un roble duro de talar e imposible de tumbar.

Mi abuelo nació un martes 14 de octubre de 1924, siendo el tercero de un total de 7 hermanos (Constanza, José, Evaristo, Regina, Rosita, Amelia e Idilio), en la localidad de Mala, al sur de Lima, mientras que parte de su infancia se desarrolló en la campiña de San Vicente de Azpitia -lugar conocido como “el balcón del cielo”-.

Mi abuelo no tuvo ninguna posición acomodada; él mismo se las ingenió para llegar solito a la ciudad y empezar a estudiar la secundaria en el Primer Colegio Nacional "Nuestra Señora de Guadalupe". Luchó, desde muy joven, para lograr sus objetivos, pero siempre con grandes valores como la rectitud, la honradez, la pasión por el trabajo y la superación. Valores que trasladó a sus 3 hijos, Carlos, Manuel y Gloria, la menor, mi madre. Valores que también fueron trasladados a nosotros, sus 5 nietos, y que sus biznietos también recibirán como legado.

Estudió Dibujo y Pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes, junto a grandes pintores como Aquiles Ralli y Víctor Humareda Gallegos, y luego, gracias a una beca de la Organización de Estados Americanos, se especializó en Conservación y Restauración de Bienes Culturales.

Para el mundo, en su condición de artista, pintor, ilustrador, dibujante y restaurador a nombre de la Nación, deja como gran legado todas sus obras: un retrato al óleo inmortalizando sobre lienzo a mi abuela y cientos de dibujos relacionados a la arqueología peruana, los cuales se encuentran publicados en varias colecciones de libros de autores como Julio C. Tello, Julio Espejo Núñez o Federico Kauffmann Doig, algunos de ellos traducidos a varios idiomas como el inglés, francés, alemán e italiano. 

Evaristo Lizardo Chumpitaz Cuya, mi "papito Evaristo", fue Jefe del departamento de conservación del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, del cual llegó a ser su Director. Sus años dedicados a la conservación de nuestra historia, con tanta pasión, lo llevaron a ser premiado con la Orden de las Palmas Magisteriales (el máximo reconocimiento y distinción honorífica que otorga el Estado peruano a través del Ministerio de Educación a reconocidos docentes o intelectuales, que hayan contribuido al progreso de la educación, la ciencia, la cultura y la tecnología del país). ¡Qué orgullo!

Me gusta recordarlo llevándome al colegio, comiéndose casi dos horas de ida y otras dos de vuelta (y lo mismo aplicaba para cuando me recogía). Me gusta recordarlo cuidando las plantas del jardín que hizo en su casa y donde compartía más tiempo en común con mi abuela. Me gusta recordarlo contando sus chistes (aunque varias veces repetidos) inocentes y sanos. Me gusta recordarlo con su gran lucidez, contándome anécdotas de su niñez, de su vida en la chacra, de cómo llegaban las noticias al Perú de la Segunda Guerra Mundial, de sus salidas con sus amigos artistas, de sus viajes ilustrando hallazgos arqueológicos y de sus platos favoritos. Me gusta recordarlo como una persona muy independiente que no le gustaba que le ayudaran a andar, siempre queriendo demostrar que la edad no le impedía hacer las pocas cosas que todavía podía. 

Y sí, había perdido gran parte de la visión y de la audición, habiéndose visto prisionero por una pandemia que le impedía salir a ver la calle, como solía hacer. Llegaron las elecciones presidenciales para el periodo del Bicentenario y, en pleno uso de sus facultades (y habiendo recibido su vacuna), decidió ir a ejercer su derecho de sufragio al cual yo lo llevé. Hasta el último día, mi abuelo tuvo esa gran lucidez. Pero, dado que la pandemia le impidió salir a la calle en su silla de ruedas, Dios le dio la oportunidad de volar más alto que cualquier barrera que hubiera. Y, hasta el último momento, él mismo se paró y se subió a la camilla de la ambulancia. Sí, se paró de su silla de ruedas y se subió a la camilla, no dejando que le ayudaran. Como un roble. Como un alma indomable ante las adversidades.

Gran devoto del Señor de los Milagros y de la Virgen María (a quien siempre se encomendaba cada día y cada noche), mi abuelo se acaba de reencontrar con Graciela "Chela" -su eterna compañera-, con sus padres, con sus hermanos y con todos sus amigos que partieron antes que él. Él ya no está físicamente con nosotros, pero más presente que nunca en nuestros corazones. 

A todos los que estuvieron pendientes de su salud, a todos los que se preocuparon por cada susto que alguna vez nos llevamos, a quienes tuvieron la comprensión de darme flexibilidad horaria en el trabajo cuando mi abuelo tuvo alguna vez que ser internado por la madrugada, a aquella persona que me ayudó desinteresadamente con cada programación prioritaria de laboratorio privado para no esperar a la atención del seguro estatal, a Sofía y a Juan Pablo que siempre le hicieron seguimiento y tratamiento médico cada vez que los molestaba con una de mis llamadas... Y a todos los que oraron, rezaron y/o mandaron sus buenas energías... ¡Gracias! ¡Gracias de todo corazón!

El papá Evaristo ya está en su eterno viaje hacia más allá de las estrellas.
El papá Evaristo y la mamá Chela nos cuidarán desde la eternidad.


Gracias por leer.

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